ZANCADAS CON EL CORAZÓN: MARTÍN PARDIÑAS

Es sábado, 3 de mayo y antes de que suene el despertador, a las 6:50 mis ojos se abren, en ese momento me digo “llegó el día”. Pongo mis pies en el suelo y entre una mezcla de ilusión y nervios me dirijo a la mesa donde tengo una tableta de chocolate, un plátano y unas magdalenas, que hizo mi madre. Los que como bebiendo agua y una bebida isotónica. Me cuesta desayunar por los nervios, pero soy consciente de que tengo que comer. Al terminar de desayunar me giro y veo todo el material, que con suma delicadeza y orden coloqué la noche anterior en una mesa. Me visto, enfundo mis zapatillas, coloco el dorsal, echo a mi espalda la mochila y me miro en el espejo colocando el visor. Mi cara es un poema por la ansiedad de que llegue ya el momento de la salida. Con todo ya listo salgo de la habitación con Lucía, mi novia, la que me dice una y otra vez “tranquilo Martín, faralo xenial, xa verás”. Entre esas palabras y alguna caricia salgo a la calle y pongo rumbo a la salida. Ya se ven a más participantes, las pulsaciones se me disparan, llego a la salida donde miro el móvil por última vez antes de guardarlo. Veo que me llegan varios mensajes, uno de ellos de Marisa y Marcos, en el cual me envían fotos mías de cuando estuve lesionado en el gym, de entrenamientos, carreras, etc. acompañado de un mensaje que decía “Por todos estes momentos: FOOOOORZA e moitisimo ánimo. Estaremos pendentes!!!!”. Este mensaje me emociona y me mete un subidón de ánimo. Decido responder con una foto mía para ellos y todo el equipo de Atletismo de Lourenzá. Todos respondieron con ánimos, los cuales agradezco desde el corazón. Por último leo el mensaje de mi madre, el que respondo para que esté tranquila. Después de esta inyección de fuerzas guardo el móvil. La hora se acerca y me dirijo a la puerta donde está el control de los chips de cronometraje. Una vez allí, me encuentro con los compañeros de la sección de ciclismo, entre los que se encuentran Gonzalo, amigo desde la infancia, y el padre de Lucía, hombre al que admiro y considero que es un verdadero ejemplo por su fortaleza,
superación y valentía al encarar una carrera de esta envergadura a sus 57 años. En esos pocos minutos que duró el encuentro nos animamos los unos a los otros sin excepción. Los minutos siguen pasando y llega la hora de dirigirse al cajón de salida. Me despido de Jorge, Laura (unos amigos que vinieron a apoyarnos) y de manera más especial de Lucía, que en su mirada veo el “vai con coidado”, le doy un beso y hasta la vuelta. En ese momento nos quedamos solos mis nervios, mi ilusión y yo. Paso tras paso me adentro en las pistas de atletismo, desde donde partirá la carrera. Tras las palabras de las autoridades de Ponferrada dan la salida a los ciclistas, en ese momento empiezo a visualizar la salida y la carrera. De repente, una voz con acento andaluz rompe mi concentración. Era un participante que, con una sonrisa, me pregunta que tal y si corrí alguna vez esta carrera. Le digo que no, que debuto aquí, y le hago la misma pregunta. Me responde diciendo que es la 1ª vez que corre esta carrera, pero que llevaba años corriendo ultras y me dice que esté tranquilo y que la disfrute. Le agradezco las palabras, nos damos la mano y mucha suerte. Ya estoy colocado, quedan 2min. para la salida, cierro los ojos, respiro profundo e intento controlar los nervios, que aceleran mi corazón. Parece que lo consigo. Ahora sí, esto empieza. Dan la salida, me santiguo, miro al cielo, doy gracias por estar ahí y tiro mi primer paso. Mi mente intenta gravar ese momento, vivirlo y hacerlo imborrable en mi recuerdo. Intento colocarme a la izquierda para pasar lo más cerca de Lucía, Jorge y Laura. Los veo y choco sus manos al pasar. Cruzo Ponferrada ante la atenta mirada de la gente,
que nos anima a todos los participantes con gritos de “¡Suerteee!!!, ¡Vamoooosss valientes!!! ¡¡Ánimooooo!!!!”. Pasan los primeros km y ya me adentro en los senderos. Hasta el momento todo esta genial. Rampas cortitas y fáciles donde se puede correr y voy disfrutando de cada momento intentando controlar el ritmo, que queda mucho. Llegamos al km 7,5, más o menos,
y viene el primer desnivel, que no es muy fuerte, pero ya van sumando carga a las piernas. Levanto la vista y veo ciclistas subiendo con las bicis por la mano, y ahí comienza un momento de los que no se olvidan. Me abren un pasillo a gritos de “¡CORREDOOOOR!”, seguidos de numerosos ánimos. Es increíble la sensación de ver a esos numerosos deportistas dándote semejante aliento, que te llevan a sentirte una pluma y subir casi sin pensarlo. Corono el primer pico que marca el perfil de la carrera. Me quedan 3 bajadas y 2 subidas fuertes, que serán 5km aproximadamente, antes de llegar al plato fuerte. Poco a poco, en la bajada cojo a un corredor, el cual veo que lleva el dorsal de la prueba de correr los 101km. Me pongo a su par y vamos al mismo ritmo. Hablamos y me dice que tire si quiero, pero no. Voy bien, llevo el ritmo que quiero y me siento cómodo. En lo que hablamos me dice que ya participó en esta prueba y que el año pasado no participó porque corrió los 101km de Ronda, prueba la cual
ganó. Veo que voy compartiendo carrera con un privilegiado de este deporte y me entusiasma la idea, (horas después lo recibiré como campeón de los 101km corriendo y me siento afortunado de poder compartir estos km con él) de hecho comparto con él los 5km que nos quedan hasta Santalla, donde yo seguiré una ruta distinta. Después de pasar las subidas en el mismo ambiente entre ciclistas que describí anteriormente, llego a la bajada antes de empezar a subir hacía Ferradillo. Ahí me desvían por otro sendero donde ya no hay bicis y me quedo solo. El camino es precioso. Ahora ya me espera lo más duro en cuanto a subir se refiere, me esperan 6,5km de subida con un desnivel fuerte y muy fuerte. Me digo “al bicho” y me pongo a andar, ya que correr es un suicidio. Manos a las rodillas y tirar para arriba al mejor ritmo posible. Tengo que decir que no recuerdo parte de esta subida, ya que sólo me concentraba en las marcas y no miraba nada más que metro y medio delante de mis pies para intentar engañar a mi mente y que no me bajará el ánimo en pensamientos inútiles. Paso tras paso me voy
acercando a la cumbre y llego a un corredor al mismo tiempo que otro llega a mi por detrás. Nos damos ánimos unos a otros y ya nos damos cuenta de que no queda nada para llegar al punto intermedio. Uno de ellos lleva mejor ritmo y tira solo, yo tiro con el otro compañero. Pasan unos metros, ya visualizo el punto de avituallamiento y ahí sí que ya miro un poco más allá del metro y medio. Un chutazo de adrenalina recorre mi cuerpo al ver que ya estoy cerca del pico. Me espera una gente fabulosa en el avituallamiento, me cortan plátano y me preguntan qué necesito, recordándome a mis abuelas por sus palabras de cariño. De lo mejor que me podría haber encontrado. Como algo de fruta, un pastelito, bebo agua y aquarius mientras ellos me rellenan los bidones de la mochila. Se lo agradezco y me dicen que voy muy bien que siga así. Les respondo con una sonrisa y muchas gracias y ahí ya me meto otra vez en mi mística de la carrera. Al salir del avituallamiento vienen a mí imaginación mis amigos Siro, Xan y Valoría, a los que me imagino diciéndome sus gritos de guerra “LUMEEEEE” “VAMOOOOOOSSSSS” y psicológicamente me ayuda a afrontar los 24km que quedan por delante. Tras 2km aproximadamente llaneando por lo alto de la montaña comienza el descenso, con una rampa infernal de piedras. Me lanzo concentrándome lo máximo para conseguir una buena secuencia de pasos para no torcer un tobillo y no cometer errores. Me doy cuenta que me estoy dejando la uña del dedo gordo del pie izquierdo, pero intento no pensar en el dolor y sigo bajando lo más rápido posible. Tras 6km de bajada noto que llevo los cuádriceps cargados, sobre todo el derecho, pero nada fuera de lo normal. Llego a Santalla de vuelta y de nuevo vienen las subidas, que sé que serán mucho menos largas y duras que la que dejo atrás, pero los km empiezan a pasar factura y estoy cerca de superar mi barrera de los 36km. Hasta la fecha, esta es la distancia más larga que corrí, y no en carrera, sino en entrenamientos, en los cuales la exigencia no es la misma que en una carrera. Después de varios sube y baja, de no mucha distancia, llego al km 35 donde siento un latigazo en el vasto interno de mi muslo derecho. Siento una sensación de angustia que me invade y me echo las manos a la cara temiéndome una ruptura muscular. Las lagrimas se me vienen a los ojos y me digo que no puede ser, que ahora no por favor, pidiendo ayuda divina. Intento tranquilizarme, me subo la muslera y veo un bulto del tamaño de una nuez y me asusto mucho más, pero mi fe e ilusión no me iban a dejar rendirme. Cojo agua de uno de mis bidones y sin parar de caminar, cojeando, la derramo por la pierna. Parece que me alivia. Intento estirar, pero no es buena idea. Coloco la muslera de forma que me recoja el músculo desde más abajo y sigo caminando unos metros, los que aprovecho para beber y tomar un gel. Parece que mejoro y doy gracias a Dios. Intento seguir trotando y lo consigo, pero voy con sumo cuidado de no hacer pisadas raras, ni zancadas largas. Paso este momento duro y lo supero, pero me encuentro débil y parece que el muro del que tanto había escuchado hablar me estaba frenando. En este momento siento pasos cerca de mi, pero no quiero gastar fuerzas ni en mirar hacia atrás. Cuando me doy cuenta un compañero está a mi altura y me pregunta que tal estoy y yo simplemente hago “bufff”. Él abre su mochila para darme un frasco de un complemento nutricional y me dice “bebe esto con agua que te vendrá muy bien para lo que queda”. Se lo acepto y le agradezco el gesto de compañerismo. Se va alejando poco a poco mientras yo bebo el frasco con agua, guardo el frasco suspiro y me digo “vamos Martín, vamos, xa estas cerca, VAAAMOOOOOSSSSS”. Entre la ayuda de mi compañero y mis pensamientos de optimismo el muro comienza a caer y me encuentro mejor, mis zancadas son más vivas. Llego al último avituallamiento, donde me encuentro con el compañero que me ayudó, que me pregunta si voy mejor. Le respondo que sí y le doy una vez más las gracias y me responde con una sonrisa
y con un “ánimo, que no queda nada”. Él sigue su marcha mientras yo me quedo entre los aplausos de la gente del avituallamiento. Es espectacular el recibimiento que me hacen sacando fotos, preocupándose por como voy y ofreciéndome de todo. Bebo un poco de coca-cola y como un trozo de manzana y de sándwich, me cargan uno de los bidones de agua y me pongo de nuevo en marcha. Me quedan los últimos 10km y el calor es lo que peor llevo, pero ahora ya nada puede detenerme, ya casi lo tengo y ya visualizo la llegada. Quiero apartar de mi mente ese momento porque no quiero adelantar acontecimientos, todavía queda. Pasan unos km y ya veo Ponferrada. Una ola de buenas sensaciones me invade, y cual guerrero que ve a su enemigo herido espero el momento justo para clavar mi espada en su corazón y derrotarlo. Paso por cerca de un Policía cuando ya dejo los senderos y me dice que ahora tengo que cruzar un puente de madera y que ya quedan 3km más o menos. Aquí ya entro en Ponferrada y voy corriendo al lado del río Sil donde veo niños, que me recuerdan a los niños que cada semana entrenan conmigo en Lourenzá y siento sus ánimos. También se me pasan por la cabeza todos los momentos que pasé para estar ahí: la lesión de rodilla, las horas de gym, los días de entrenamiento... Y como si aparecieran por arte de magia siento el aliento de mis compañeros de las Escuelas Deportivas Lourenzá corriendo a mi lado, Jose, Marcos, Aarón… con los que más entrenamientos he compartido. Además, veo al resto animando y dándome fuerzas para los últimos metros. En esta película que mi mente crea, también recuerdo a mi familia y a mis padres. Se me vienen imágenes de niño, sin saber por qué, pero que ahí están y hacen el momento imborrable e insuperable. Todas estas sensaciones hacen de anestesia para tantos dolores que llevo. Ya tengo la meta a tiro, una recta y dos curvas alrededor del pabellón y lo tengo. En ese momento cojo de un bolsillo de mi mochila un misterio que me regaló Lucía, el cual llevo de amuleto, lo aprieto en mi puño y doy gracias a Dios por dejarme vivir estas sensaciones. Ya veo a gente que aplaude, un giro de izquierdas y ahí está la línea de meta. Estoy en los últimos metros de la carrera y ya puedo ver a Lucía, que con una cámara fotográfica está inmortalizando este momento. Cruzo la meta 11º, en 5horas 29minutos 48segundos y camino hacía ella donde nos fundimos en un abrazo. Me quedo en blanco, no reacciono. Pocos segundos después me dan mi medalla de finisher y una botella de agua. Me dirijo a gravar la medalla, me vuelvo a abrazar con Lucía y rompo a llorar. Cada lagrima derramada es por un sueño que comienza aquí, por una ilusión, por un reto conseguido, por una lucha contra mis demonios, por una victoria contra mi peor enemigo, que soy yo mismo, por los momentos malos vencidos, por convertir el dolor en gloria, porque soy un poco más fuerte y porque esto solo termina de comenzar.
Ahora, desde mi casa en Vilanova de Lourenzá y con la calma que siempre sigue a la tormenta, doy las gracias a todos los que me ayudasteis y me seguís ayudando en mis retos. Agradecer el ánimo recibido a los compañeros y directivos de las Escuelas Deportivas Lourenzá; agradecer la enseñanza y apoyo al maestro Siro, que es un lujo poder compartir tus conocimientos; dar mil gracias a todo el mundo que me animó, sobre todo a mis amigos/as. Y un especial agradecimiento a Lucía y mi familia, que son los que están más cerca en los momentos buenos y, lo que es más importante, en los malos; vosotros sois parte fundamental de mis logros. De corazón gracias a todos y hasta la próxima.